

Según la tradición gallega un hombre puede transformarse en licántropo de dos maneras: la más habitual es a causa de una maldición, que a veces puede provenir de la propia familia; la segunda se produce cuando en una casa nacen seguidos siete hijos varones. El llegado en último lugar será un lobishome. Será posible arreglar la situación si al niño se le bautiza con el nombre de Benito y en el bautizo es apadrinado por su hermano mayor. De todas maneras, esta forma de llegar a ser lobishome es cada vez más infrecuente, dado que escasean ya las familias que tienen siete hijos.
En noches muy determinadas -las de luna llena- un hombre aparentemente normal sufrirá una transformación brutal, su cuerpo se llenará de pelo, sus orejas y dientes crecerán y su instinto asesino se exacerbará al máximo. Son las noches en las que vagará, sediento de sangre, en busca de víctimas inocentes.
La creencia en el hombre-lobo es uno de los mitos más antiguos y arraigados en Europa, al igual que ocurre en otras latitudes con el hombre-jaguar, hombre-pantera, hombre-oso y un largo etcétera.
Animales poderosos y peligrosos, los lobos han sido por mucho tiempo el terror de los campesinos cuando el hambre los empuja hacia las aldeas en el invierno. No es de asombrarse, por lo tanto, que la imaginación popular haya inventado que ciertos seres humanos pueden transformarse en lobos y devorar a otros hombres
Durante los siglos XV y XVI, los hombres lobos, como se les llamaba, fueron un tema recurrente, ya que una verdadera psicosis reinaba entonces entre el campesinos y numerosos individuos acusados de Licantropía (capacidad de transformarse en lobos). Fueron juzgados y condenados por los tribunales por haber cometido asesinatos de carácter caníbal bajo la apariencia de lobos.
Los ancianos indígenas mexicanos contaban leyendas acerca de los lobos, ellos decían que el alma de un lobo nunca desaparecía de este mundo, y que siempre su espíritu estaba pendiente de vigilar todo lo que había a su alrededor, era el protector de los bosques.
